Historia.

Cómo fue y cómo es.

Todas las cosas tienen su principio y el de la Cofradía Culminum Magister es el resultado lógico de una concatenación de distintas circunstancias que se unieron en un momento dado para darle vida.

El origen hay que buscarlo en el I Congreso Mundial de la Caza que fue inaugurado por el rey Juan Carlos I en Madrid el año 1984. Conformó dos áreas: una exposición de trofeos con un amplio apartado dedicado a los españoles, montado por el ICONA, y otro interesantísimo que reunía casi todas las especies cinegéticas del mundo, obra del congreso, algo que nunca se había visto en España; esas exhibiciones venían acompañadas por una muestra comercial de la industria y el comercio venatorio. La otra sección fue científica, con tres simposios: «La caza en el mundo», presidido por Mc Elroy, presidente del SCI; «La economía y la caza», presidido por Jean Servat, administrador general del CIC; y «La caza y la conservación de la naturaleza», que lo estuvo por Harry Tennison, presidente del Game Coin. Todos ellos con ponentes tan emblemáticos como el biólogo Juan Antonio Valverde y el Dr. Rorbert Speegle.

El núcleo de personas que organizó ese evento y que colaboró después en el II Congreso, esta vez puesto en marcha por el Safari Club International en los Estados Unidos de América (1988), pensó, años después, que aquella iniciativa no debía perderse y decidió continuarla organizando una feria comercial dedicada a la caza. El evento tuvo lugar el año 1996, se celebró en Madrid y tomó el nombre de Venatoria.

Como la feria fue exitosa, los organizadores se animaron a repetirla con cadencia anual y buscaron dotarla de atractivos para que los cazadores se involucraran en ella. En la primera edición se exhibieron los trofeos españoles de la temporada anterior que, a juicio de la Junta Nacional de Homologación de Trofeos de Caza, habían alcanzado las máximas puntuaciones, y esa muestra gustó muchísimo pues hacía doce años que no se presentaba una exposición nacional. Desde entonces la feria ha expuesto los récords españoles anuales en paneles que son admirados por todos los asistentes.

En vista del éxito de esa exposición, más tarde se pensó en instituir unos premios específicos para galardonar los mejores trofeos de caza que los españoles consiguieran cada temporada a lo largo del ancho mundo, es decir, una repetición de la labor de la Junta Nacional de Trofeos de Caza pero en versión extranjera.

El asunto podía tener gran aceptación pues, para entonces, los cazadores españoles habían tomado gusto en conocer, con el rifle al hombro, otros escenarios y eran los europeos que más cazaban fuera de sus fronteras.

No hay duda de que todo premio se prestigia por los galardonados pero también por el jurado que los concede cuando viene avalado por el reconocimiento público de sus saberes y justo criterio. Las personas que lo compusieron eran los cazadores españoles más experimentados y universalmente aceptados como tales por el mundo de la caza en nuestro país.

Sus nombres fueron los siguientes

Presidente: Enrique Zamácola Millet

Vocales:

José Domingo de Ampuero y Osma

Nicolás Franco Pascual del Pobil
Valentín de Madariaga Oya
Ricardo Medem Sanjuán
Juan Luis Oliva de Suelves
Ignacio Ruiz-Gallardón García de la Rasilla

Fernando Saiz Luca de Tena
Marqués de Villanueva de Valdueza

Secretario: Marqués de Laula

Se establecieron unas normas muy estrictas para su adjudicación con el fin de alcanzar el reconocimiento que se buscaba, y en ellas la valoración de cada trofeo se fundaba en tres criterios muy precisos cuya importancia era decreciente:

1.- Dificultad objetiva de la cacería.
2.- Aprecio de la especie o subespecie en el ámbito cinegético.

3.- Calidad del trofeo dentro de su especie o subespecie.
En síntesis, el espíritu de los premios era distinguir el esfuerzo en la cacería más que el tamaño del trofeo. Se exigía que fueran siempre legales según las normas donde se hubieran realizado y se hacía especial hincapié en que los animales habían de ser obligatoriamente silvestres y autóctonos. Para valorar la calidad se siguieron las listas publicadas por el CIC para los trofeos europeos, las de Boone & Crocket o SCI para los americanos, y las del RW y SCI para el resto del mundo.

Se establecieron tres categorías: medalla de oro, de plata y de bronce para cada uno de los siguientes continentes: Europa, Asia, África y América, y se excluyó Oceanía por carecer de especies autóctonas. Dichas medallas se entregan al propietario del trofeo y al agente organizador de la cacería.

Resulta curioso que, años después, cuando los hermanos Caldesi instituyeron un premio para honrar la memoria del gran cazador que fue su padre, establecieron unas exigencias casi idénticas a las de los premios Venatoria que, sin embargo, desconocían. Eso prueba que, partiendo de los mismos principios, se llega a los mismos resultados; y tanto la feria Venatoria como los Caldesi buscaban la excelencia y la verdad en sus galardones.

Durante repetidas ediciones se entregaron los premios, con general aplauso, a los trofeos extranjeros conseguidos por españoles y se pudo constatar un hecho relevante: la experiencia del jurado durante ese tiempo descubrió que casi automáticamente los galardones recaían en los trofeos de cacerías de montaña. Esa circunstancia destacaba que el mundo de la caza reconocía como superior y más apreciada la cacería montana porque representaba algo así como su esencia.

El paso siguiente fue instituir un premio especial para aquellos cazadores que se habían distinguido en esa esforzada práctica, para esos enamorados del silencio y la soledad que se consagran a las cumbres más agrestes en las condiciones más esforzadas, y presentarlos como un ejemplo para toda la cinegética: había nacido el Premio Culminum Magister –esto es, Maestro de las Cumbres–, un nombre que ajustaba el título a la ejecutoria de los futuros galardonados.

Hacía falta buscar un emblema que llenara con su simbología el espíritu que se deseaba poner de relieve y se encontró en el halcón peregrino, el máximo cazador en la naturaleza, que pica en su vuelo a cerca de 300 kilómetros por hora y que mata por percusión de sus garras girándose en el último momento para evitar un choque frontal que, a la velocidad de su vuelo, podía resultar mortal para el cazador. Se encargó al artista sevillano Chiqui Díaz que esculpiera en bronce la figura de dicho halcón y desde entonces esa imagen es la del premio. Ahora ya no se premiaba el trofeo de caza sino la ejecutoria de un cazador.

En su declaración de principios se decía: «La caza es una actividad consustancial a la naturaleza humana porque es consecuencia del instinto predador que está impreso en los humanos; guiada por la razón alcanza su plenitud con el respeto a las presas y sometiéndose a una ética. Este pensamiento se depura en la dureza de la montaña pues en ella se cumplen los tres pilares que conforman la clave de la caza: el salvajismo de los animales, el esfuerzo a que obliga una naturaleza exigente y la incertidumbre del resultado».

Parece llegado el momento de desarrollar brevemente esa filosofía. La caza es un instinto de la humana naturaleza y, si bien la vida urbana ha desarraigado a tantos ciudadanos de lo más elemental del agro, el instinto predador subsiste en lo profundo de los hombres y se despierta con la caza. No hay duda de que el hombre es morfológicamente un predador: la posición frontal de sus ojos lo proclama. Los animales predadores tienen los órganos visuales en el mismo plano para conseguir una visión con relieve y poder así evaluar las distancias y hacer eficaz su ataque; en cambio los animales presas los tienen dispuestos lateralmente para abarcar un mayor ángulo de visión, dominar más horizonte y descubrir los peligros a tiempo para huir de ellos a impulso de su instinto que actúa mecánicamente como un acto reflejo.

Conviene recordar aquí una idea expuesta por Ortega y Gasset al hablar de la caza: el rango superior del predador sobre la presa (si no lo hay ya no es predación, es lucha); la superioridad del predador es esencial pero no debe serlo hasta el punto de que excluya la eventualidad del fracaso.

La propia mecánica de la caza exige que el éxito sea consecuencia de la máxima entrega del animal superior, para que la relajación no haga degenerar las virtudes de las que depende su subsistencia. Por eso, el venador debe imponerse, a veces, limitaciones personales cuando los avances tecnológicos rompen a su favor la desigualdad primitiva, desvirtuando el reto. Al renunciar a su superioridad, el cazador restringe voluntariamente sus posibilidades y rinde homenaje a la pieza de caza; esa es la moral y, por qué no, la elegancia intrínseca de la cinegética.

Aceptando que es natural el instinto predador, debe, como todo instinto en el hombre, estar condicionado por su entendimiento, pero han de darse unas condiciones imprescindibles y necesarias para que un acto de apresamiento se considere cinegético, es decir, actividad humana, con una inteligencia regulando y una voluntad queriendo. Por tanto, toda persecución de las presas no puede llamarse legítimamente caza, porque el hombre es cuerpo pero también espíritu, y el alma mejora y eleva los instintos. En los animales, el instinto es una ley ciega que determina necesariamente la conducta, pero en los humanos es el entendimiento y la voluntad los que han de determinar la acción. El ser racional que acepta el reto de superar con sus limitadas fuerzas a la naturaleza, perfectamente adaptada al medio de los animales silvestres, exige unos requisitos precisos que han de cumplirse siempre para que la acción se considere caza y no cosecha.

Ante todo, el salvajismo de los animales, en el que reside la esencia de la cacería y la justificación de la muerte en la venatoria, pues las especies salvajes aman hasta tal punto su libertad que prefieren entregar la vida antes que perder aquella; el cazador mata porque es la única forma de aprehender a un animal que no acepta ser capturado. Es el meollo de la venatoria, por tanto cualquier intervención artificial en la vida silvestre debe tener como límite no mistificar el salvajismo. Si la presa ha perdido el salvajismo, no se defiende y no se produce el reto de la inteligencia venciendo a la superioridad física del animal que es el eje de la caza, deja de tener sentido esta actividad.

Una pieza cinegética criada en cautividad o aprisionada previamente no puede ser objeto de caza, pertenecerá a una especie venatoria pero ella no lo es porque ya ha sido aprehendida. Si se le devuelve la libertad en condiciones precarias, tampoco deberá considerarse caza porque la libertad ha de ser plena o no es libertad.

Otra condición necesaria es la incertidumbre del resultado. No se caza cualquier presa, el venador es selectivo y solo acepta apresar la pieza determinada que ha fijado como su objetivo y que es la que busca. Si la abundancia es mucha, acotará esa multitud seleccionando por vejez, por sexo o cualquier otro sistema que modifique el exceso e individualice su cacería, porque la seguridad, la certeza en la caza, la destruye. La aleatoriedad de la caza está indisolublemente unida al silvestrismo. Una forma de dulcificar aquella es la aportación de comida, pues los animales se concentrarán en los sitios donde se distribuye, pero indefectiblemente se reducirá lo segundo, ya que el mejor método de domesticación de los animales salvajes se basa en facilitarles el alimento para que pierdan agresividad y se acostumbren a depender del hombre.

El esfuerzo es la tercera condición para que la caza sea digna de un ser racional, es decir, de un cazador. Toda obra humana se dignifica y se aprecia por el esfuerzo, lo que no cuesta no se valora; una cacería tan fácil que no implique mover la voluntad para vencer no merece el nombre de cacería. El esfuerzo, por tanto, es la expresión del desafío que existe entre la inteligencia del hombre y las superiores condiciones físicas del animal, es la medida de la dificultad que ha de vencer.

Ese esfuerzo del cazador ya lo hacía notar Jenofonte, cinco siglos antes de Cristo: «Los caçadores sino excediesen a los otros en trabajo, industria, diligencia y cuidado, cierto es que no traerían caça. Porque las fieras, que son sus adversarios, pelean por la vida, y cada qual en su morada es de grandes fuerzas: de manera que em balde sería el trabajo del caçador sino las venciesse con mayor industria y gran entendimiento».

Las tres condiciones señaladas convierten la caza en actividad humana y no solamente instintiva, traen como corolario un respeto por la presa y adornan de una condición ética a la venatoria. Porque los actos en sí no tienen calificación moral, son indiferentes, solamente las personas que los ejecutan están sujetas a juicio por sus acciones, y si se habla de ética en la caza se refiere a que también en esta actividad los humanos deben conducirse de determinada manera.

Pero volvamos a nuestro premio: se le dotó de un reglamento con rigurosas exigencias entre las que destacan la imprescindible legalidad de las cacerías; el obligado silvestrismo de las presas y que fueran autóctonas; unos determinados años de práctica en la montaña para garantizar la maestría; y, finalmente, también un número de especies distintas que se fijó en veinticinco, dejando constancia de que la importancia de esa última cláusula venía de- terminada como un índice de la curiosidad por conocer sistemas montañosos distintos.

Los primeros premios se concedieron el año 2006 y los recibieron Nicolás Franco Pascual del Pobil y el Marqués de Laula. Al año siguiente fueron los agraciados el doctor Jesús Caballero Martínez y José Madrazo, quienes pasaron a engrosar el jurado como vocales del mismo.

Los antedichos miembros del jurado consideraron en 2008 que, premiando a una o dos personas cada año, se cometía una injusticia con muchos cazadores enamorados de los montes y habituales de todas las cordilleras del mundo, que quedaban sin recompensa; por tanto, y con el fin de acoger a todos los que lo merecían, se instituyó la Cofradía Culminum Magister, que no ponía límites al número de miembros.

Instituida la Cofradía Culminum Magister, se mantuvo también el premio anual como un homenaje de la propia institución a las figuras señeras de esta modalidad cinegética. Pero premiar a dos cazadores se consideró que no correspondía con el carácter singular que se deseaba para estos galardones, y desde 2008 ya no se ha premiado más que a un único cazador por año. La novedad la encabezó Ricardo Medem Sanjuán, y a día de hoy la lista de los premiados empieza a reunir a lo más granado de la caza de montaña dentro y fuera de nuestras fronteras.

El 29 de octubre de 2011, la Cofradía Culminum Magister se constituyó legalmente como asociación española amparada por la Ley orgánica 1/2002, de 22 de marzo. Las personas que firman ese acta son: Enrique Zamácola, presidente; Ignacio Ruiz-Gallardón y García de la Rasilla, vicepresidente; José Madrazo, secretario; Fernando Saiz Luca de Tena, tesorero; Nicolás Franco Pascual del Pobil, vocal; y el Marqués de Laula, vocal. Quedó inscrita en el registro de asociaciones el 10 de octubre del 2012.

Los cofrades buscaron, además, un lema que expresara la esen- cia de la caza en la alta montaña, esa tierra de tormentas y cielos azules, de aire sutil y fríos severos, de praderas colgadas y riscos imposibles, donde la mirada se pierde en horizontes que solo se conquistan por una voluntad firme. Lo encontraron en tres con- ceptos: «Silencio, soledad, esfuerzo».

El silencio. En la montaña, en las grandes alturas, el silencio tie- ne entidad propia, se palpa, lo inunda y lo cubre todo. Es espeso y comunica un toque de irrealidad a esos paisajes sin límite que están vacíos de ruidos. La naturaleza está desierta, recogida sobre sí misma, sin otro rumor que el viento o la lluvia.

La soledad. El hombre, ser sociable por naturaleza, en la montaña está solo, la montaña está vacía y él va ser su única compañía. El cazador cautivado por las alturas es un cartujo del monte, solo en la montaña y con la montaña.

El esfuerzo. La montaña exige un esfuerzo continuado a sus enamorados; los desniveles pronunciados, las dificultades de toda índole obligan a abandonar lo superfluo, incluso en vestimenta y bagaje, ya que cualquier peso alcanza una importancia inusi- tada, y esa esencialidad se traspasa al espíritu: nace un hombre monolítico, que huye de lo artificioso porque solo lo esencial es válido y perdurable.

El cazador, por último, encuentra en la montaña, tan pura, tan esencial, sus raíces profundas, lo sensible superado por el espíritu, el alma ilustrando al cuerpo. Ese es el aura que rodea la cacería de montaña y que le infunde el prestigio de que está revestida.

La Cofradía Culminum Magister se rige por una Junta Direc- tiva que conforma también el Comité de Admisión. Su composición actual es la siguiente. Presidente: Ignacio Ruiz-Gallardón García de la Rasilla; secretario: Juan Antonio García Alonso; te- sorero: Fernando Saiz Luca de Tena; archivero: Jesús Caballero Martínez; vocales: Nicolás Franco Pasqual del Pobil, Marqués de Laserna y Enrique Zamácola Millet.

La Junta Directiva está auxiliada por la Delegación de trofeos de caza, que reúne a José Domingo de Ampuero y Osma, Juan Luis Oliva de Suelves y Marqués de Villanueva de Valdueza.

Los candidatos a la cofradía deben reunir los siguientes requisitos:

a) Haber recibido una invitación expresa de la Junta Directiva, a través del secretario, para presentar su candidatura.

b) Cumplimentar la solicitud de ingreso en la Cofradía Culminum Magister y enviarla antes del 1 de Junio de de cada año al Secretario de la Cofradia secretary@culminummagister.com

c) Haber cazado en las montañas de tres continentes como minimo. Hay que tener ambición de otros paisajes, el que no ha cazado en Asia sigue siendo un párvulo.

d) Haber obtenido el primer trofeo de montaña, al menos, diez años antes a la fecha de presentación de la candidatura. La cofradía es para maestros, no noveles

e) Haber cazado, cumpliendo la legislación de cada lugar, en terrenos abiertos sin cercas que impidieran su libre movimiento, según comportamientos tradicionales y sin ayudas artificiales, 25 o más animales de distintas especies, que han de ser salvajes, libres y autóctonas, de las que figuran en la lista aprobada por la Cofradía Culminum Magister.

La Cofradía Culminum Magister desea hacer constar que la exigencia de un número determinado de trofeos no implica una valoración cinegética, sino la demostración de pasión por la montaña y el interés en conocer las distintas cacerías que ofrecen los diferentes sistemas montañosos. La Cofradía Culminum Magister valora más el espacio donde se caza que la especie que se consigue.

Los candidatos admitidos por la Junta Directiva reciben un diploma que los acredita como miembros de la Cofradía Culminum Magister y una insignia en plata con la reproducción de la escultura del halcón, emblema de la cofradía. El ingreso en la Cofradía supone un reconocimiento público de sus méritos como cazador de montaña con una trayectoria ética y, además, convierte en vitalicia su candidatura al Premio Culminum Magister.

La Junta Directiva designa anualmente, entre los cofrades, aquel que, a su juicio, es merecedor del Premio Culminum Magister, para lo cual se basa en la trayectoria cinegética, la amplia y contrastada experiencia en cacerías de montaña, la obra literaria o artística, las aportaciones al mundo de la caza y la dificultad de los trofeos conseguidos. Dicho premio consiste en un diploma y una escultura en bronce del artista Chiqui Díaz representando a un halcón, símbolo del cazador en la naturaleza. La insignia de los premios Culminum Magister es dorada.

El Premio Culminum Magister y los diplomas e insignias de la Cofradía Culminum Magister se entregan durante la asamblea anual y la cena de gala.